No se trata de dar alimentos, se trata de compartir la mesa

*César Croce
Hablar sobre el “hambre” que sufren las personas exige, en primer lugar, ser absolutamente respetuoso de quienes atraviesan por esta situación terrible. Porque tener hambre es algo que no podemos realmente comprender lxs que nunca hemos estado en una situación semejante… probablemente la mayoría que puedan leer estas líneas nunca pasó realmente hambre…
Sufrir hambre es una situación que pone a las personas en desesperación. Si se es un niño o una niña, el hambre es casi el sinónimo del abandono más extremo. Pero si se es adultx, y además responsable de otras personas que también pasan hambre, a aquella desesperación se le suma una profunda angustia que puede llevar a situaciones extremas, como el suicidio o la violencia en cualquiera de sus formas.
Por eso, a pesar de que por días sentí necesidad de escribir estas líneas, no me animé a hacerlo hasta ahora. Sobre todo por el respeto que siento por todxs esxs hermanxs nuestrxs que pasan hambre hoy en Argentina.
Tener hambre no es estar “mal alimentado”, aunque ambas cosas sean gravísimas. Pasar hambre es estar muriéndose; estar mal alimentado merodear las condiciones que llevan a la muerte en la vida cotidiana.
Cuando pensamos en las personas que pasan hambre hoy en Argentina, no podemos hacerlo en clave de “fotografía” sino en clave de “película”. Las personas a las que hoy les duele el cuerpo porque no pudieron alimentarse y se engañan de alguna manera para disimular su inanición y para llegar hasta un mañana que no saben si tendrán… no están allí sin haber atravesado una historia de abandonos, soledad, desprecio, desafecto, injusticias y destrucción. El hambre de alimentos es la consecuencia de otros “hambres” que no importaron demasiado a la sociedad o no supimos cómo resolver en su momento.
La falta de trabajo digno, la falta de un hogar donde cobijarse, la falta de afectos y de abrazos… se convierte, al final, en la falta de alimentos. Ya no hay nada.
Otra cosa que se pierde cuando se está en esta “pobreza extrema” es la noción del tiempo, del futuro, del mañana. Todo se vuelve hoy o, ni siquiera… todo se vuelve ahora. Porque no hay más que el momento presente. Es imposible pensar en futuro, planificar, esperar algo de la vida… El hambre, además de dolor y sufrimiento corporal, produce deterioro emocional y de la actividad inteligente. Dicho en simple: “no se puede pensar cuando se tiene hambre”. ¿Cómo encarar alguna salida o solución a una situación compleja cuando ni siquiera se puede pensar con alguna claridad?
Es verdad que es insoportable la idea de que haya gente con hambre en una Argentina que produce principalmente alimentos, como está diciendo desde hace meses nuestro Presidente Alberto Fernández.
Algunas ideas para construir una política.
Si creemos que dándole alimentos a quienes hoy sufren hambre resolvemos mínimamente este escándalo, es porque pensamos que esos alimentos le permitirán a estas personas encontrar su propia salida a las situaciones que los llevaron hasta la situación en la que se encuentran. Esto es una ilusión o un deseo que no se concretará en la infinita mayoría de los casos.
Junto con los alimentos que estas personas necesitan urgentemente -hoy, ahora- tenemos que volver a generar espacios de reinclusión social potentes, solidarios, fraternos. Los “pobres de todos los días”, aquellos que comen mal pero no pasan “hambre”, que viven en barrios precarios, que hacen los trabajos a los que las clases medias escapan… son el primer escalón posible para aquellos que están en la “pobreza extrema”. El primer paso es lograr que aquellos que pasan hambre alcancen esta nueva -aunque también triste- posición. Sencillamente porque es infinitamente mejor que la situación en la que están ahora.
Para lograrlo, las mejores “estrategias” con las que cuenta la sociedad argentina son lxs mismos compañerxs de los movimientos sociales, organizaciones barriales y comunitarias y los equipos de los municipios con mayor compromiso. Para rescatar a estxs hermanxs nuestros del hambre, hay que llegar al abrazo. Sin “abrazar” a estas personas, a cada una de ellas, es imposible el rescate. No se trata de dar alimentos, se trata de compartir la mesa. Esa es la clave, la única, que nos abrirá el camino. Hay que atreverse.
Entregar alimentos solo mantiene la situación evitando que las personas se mueran. Pero no resuelve ninguno de los problemas sobre los que venimos advirtiendo. Y podemos prolongar estas entregas por mucho tiempo sin modificar en nada lo que sucede.
Si bien hace falta dinero para poder implementar estas acciones, lo que más necesitamos son personas, compañerxs, que estén dispuestxs a buscar, abrazar, compartir la mesa y volver a hacer sentir parte de una comunidad a aquellos que están sufriendo el hambre: ancianos, adultos. jóvenes y, sobre todo, niños y niñas.
Debemos convencernos de que no llegaremos a estxs hermanxs nuestros sólo a través de fondos que se entreguen con una tarjeta. La fragilidad de las situaciones que queremos enfrentar requiere además presencia y compromiso personal al lado de las personas que están sufriendo hambre.
He escuchado, además, algunos discursos acerca de que es importante, “alimentar bien” a la población y no entregar harinas u otros alimentos con bajas propiedades nutricionales. Esto es loable pero es importante no confundirnos en las prioridades. Ojalá logremos como sociedad mejorar nuestra cultura alimentaria a todos los niveles y, por ejemplo disminuir el consumo de gaseosas o de otros alimentos nocivos o contaminados. No creo que tengamos que poner el acento tan fuertemente en estas cuestiones en un plan contra el hambre, cuando debemos focalizarnos en resolver una urgencia de la magnitud social de la que venimos hablando.
Lo que sí es fundamental y no podemos dejar de lado, es que, mientras llevamos adelante nuestro plan “Argentina sin hambre”, desde las instituciones y con fuertes políticas públicas, trabajemos por transformar esta realidad egoísta e insensible a la que hemos llegado, para que podamos disfrutar de la vida de una sociedad que merezca ser vivida por todos y todas y que cumpla con aquel ideal de la democracia que nos planteábamos cuando la restaurábamos hace 40 años: “con la democracia se come, se cura y se educa”.

Es un gran desafío pendiente. Quizás, el más importante de todos.