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(Ansol).- El segundo puesto fue para Gerardo Carmona por la obra Martín Castelli: Desde Aquel viejo Bedford su emprendimiento propio, publicado en La Nueva Voz de Vedia.

A continuación, el texto:

Martín Castelli: desde aquel viejo Bedford a su emprendimiento propio

Comenzó vendiendo fruta en la calle cuando era un purrete. También vendió sandias en la ruta. Creció en el negocio familiar y supo encontrarle la vuelta. Hace diez años inicio su emprendimiento repartiéndole a solo tres negocios de Vedia. Hoy inauguro un amplio galpón.

Todavía recuerda cuando casi no se veía adentro de la cabina de ese viejo Bedford que manejaba y con el cuál paraba en todas las esquinas para vender frutas y verduras con un arbolado de rulos en su cabeza que le cimentaron su apodo. Sus oídos todavía recuerdan ese viejo parlante que servía como publicidad para el entonces «»Camión Frutero»». Todavía recuerda sus ventas al costado de la ruta 7 y en las inmediaciones de la rotonda del Caballo tratando de convencer a los automovilistas de turno de las bondades de una sandia. Todavía recuerda los años de verdulería y su posterior inicio (hace diez años atrás) con el reparto al por mayor, un reparto que tuvo un comienzo algo tibio con sólo tres negocios en Vedia y algunos más en la zona de Germania y Diego de Alvear, con un deposito de las dimensiones de una pieza chica y teniendo como cámara frigorífica una despintada caja de un camión. Todavía recuerda todo eso y mucho más, episodios que se fueron sucediendo hasta actualmente encontrarlo atendiendo algo más de 70 locales sólo en Vedia y con la inauguración de su propio galpón, una suerte de pequeña empresa destinada a afinar el trato de la mercadería y su presentación en la góndola.

Desde esos inicios en el caluroso Bedford, de las madrugadas descargando junto a su padre y un empleado («»no teníamos para pagarle a otro»») los camiones que venían colmados de más de 1100 bolsas de papas, desde esas jornadas pesando tomates en la vieja balanza que iba colgada en la parte posterior del camión, pasaron algo más de veinte años, con un parate corto donde intentó dirigir su vida hacia otro lado, pero que el destino finalmente le tenía preparado una jugada ligada enteramente a lo que sabía hacer y muy bien: el negocio de las frutas y verduras. Son postales del trabajo que Martín Castelli (33) las tiene bien en la memoria y que hoy recuerda risueño, destacando el trabajo silencioso que recorrió toda su vida y que recién está comenzando según sus palabras y proyectos. Planes que ahora están destinados a profesionalizar aún más el reparto pero sobre todo el tratamiento y presentación de la mercadería.

El salto fundamental lo dio en el 2003 luego de llegar de Rosario donde había ido a estudiar Auditoria de Bancos. El corralito y sus consecuencias no fueron amigos de los bancos y éstos huyeron de la toma de nuevos empleados. Lo que el vislumbraba como su posible futuro no podía cristalizarse así que Vedia fue la escala elegida para barajar y dar de nuevo. Y lo encontró nuevamente atrás del mostrador de una verdulería que tenía su familia frente al Hotel Alas (donde hoy está parte de la florería de Tito Tripode).

Paralelamente su padre (Oscar Castelli) tenía el reparto de algunos negocios en Diego de Alvear, San Gregorio, Germania, Iriarte y Alberdi. «»Ãbamos a venderle a los negocios con el colectivo que era del club Atlanta, el Mercedes 312″» menciona quizás colocándose imaginariamente al mando de ese enorme volante que años anteriores había sido el eje fundamental de las historias de pequeños en botines, de desazones y alegrías en mayores y que había sufrido una metamorfosis profunda en su interior, corriendo los asientos futboleros al olvido y colocando cajones con verduras hacia el futuro. Ahora el colectivo era el vehículo que se cargaba de mercadería y se dirigía a esa zona «»y ahí empecé con el reparto»» dice quedándose entonces su padre en la verdulería y él saltando el mostrador y ganando el asfalto para atender los negocios de esa región. «»Después Diego y San Gregorio lo corté porque no me servía más, iba muy lejos y me llevaba un día y medio de reparto y me quedé con Germania, Iriarte y algunos negocios de Vedia; acá le vendíamos a tres negocios cuando arranqué»» expresa en la fría tarde de domingo que lo encuentra en familia junto a su pareja Jesica y sus bajitos Salvador y Martiniano pero con el reloj colocado a las 4.30 ya que el lunes significa el comienzo de una larga semana, otra más, de reparto.

Pero volviendo a ese 2003 memoriza los tres negocios de Vedia a los que les vendía y cuando le pregunto del primero dice sin dudar: «el negocio de Olmedo». Ese fue el primero y hasta el día de hoy forma parte de la lista que se fue agrandando paulatinamente y que necesariamente lo llevó a extender sus prestaciones y su infraestructura a niveles que tenia pensado y planeado, pero quizás no a esta edad. «De ahí se fue agrandando cada vez más, recuerdo que compramos una cámara vieja de un camión porque no teníamos otra cosa para arrancar, más el depósito que era una pieza».

Ahora las ventas lo tiene como cabeza visible, él es el encargado de las compras («mi viejo me compra en el Mercado Central, después dividimos para su negocio y para el mío»), del seguimiento, del día a día con el cliente, de llamar a Mendoza, Tandil, de tratar con la gente de Ascensión. De todo. Ahí está él y lo explica con la simple razón de que el dueño «en los negocios chicos, no te digo en las grandes empresas donde pones el productos y se vende, tiene que estar».

EN BUSCA DEL VALOR AGREGADO

El boca a boca, la calidad de la mercadería, el trato con el cliente y hasta el acomodamiento de las verdulerías donde vende, fueron algunos de los ejes donde sostuvo su emprendimiento, un negocio que comenzó tibiamente una década atrás con un colectivo de nariz puntiaguda y una cámara chica, hasta darle forma hoy a «Frutas Martín», el primer boceto de un proyecto pensado para más prestaciones, con un galpón de 200 metros cubiertos, una cámara para mantener 1100 bultos y un tratamiento de la mercadería con lavado incluido. «Siempre lo quería hacer pero lo que pasa que por el tema de plata no podía» explica masticando que «el sueño mío era tener el galpón», un sueño que lo tiene cristalizado y al que recién lo pone primera.

Las nuevas instalaciones entonces profundizaron esa búsqueda de profesionalizar su trabajo, o por lo menos dotarle de un valor agregado que lo distinga. Ahora lava todo lo que entra, encinta, seca y prepara la mercadería para presentarla de forma adecuada en las verdulerías. Una presentación que también lo tiene a él como actor principal ya que «cada negocio que hago lo acomodo yo, desde el mas chico hasta el mas grande el armado de la verdulería lo hago yo». Mi interrogante sobre esa prestación lo sostiene con un argumento más que sólido y convincente: «Yo le bajo la mercadería y se la acomodo, no voy y tiro la mercadería y se la dejo apilada y el comerciante después acomoda, los negocios que atiendo están acomodados por mi, no te dejo un cajón desacomodado, te limpio el lugar, te bajo, te acomodo y te vendo, eso lo agarré de un amigo de mi viejo, un puestero de muchos años de Buenos Aires que siempre me decía que yo le tenía que apuntar a las grandes cadenas de supermercado para ver qué es lo que hacen, vos entras a un supermercado de Buenos Aires y las principales empresas tienen sus repositores adentro de la góndola, están continuamente acomodando los productos de la empresa porque si el producto esta desacomodado o tapado o no hay directamente, no se vende, y con la verdura pasa lo mismo, necesita de una atención personalizada».

Pero lo cierto es que el incremento en las ventas, apuntaladas entre otras cosas pero la calidad de la mercadería y la atención personificada («en los diez años de reparto que tengo nunca fallé un feriado, se entrega sí o sí, además si me llama un cliente el domingo y necesita una bolsa de papa se la llevo») lo condujeron a una organización más fina que lejos parece quedar (aunque fue hace poco tiempo) de los nueve años con un depósito de dos por dos y el ex colectivo del club Atlanta que supo mantenerse en pie por muchos años, como el vehículo donde hacía los repartos.

Pero sobre todo lo nuevo, sobre ese galpón con el logo de «Frutas Martín» en sus puertas principales, añade que «siempre lo quería hacer pero lo que pasa que por el tema de plata no podía» explica masticando que «el sueño mío era tener el galpón, tener la cámaras como tengo adentro, el lavadero de la verdura como tengo ahora, adentro tengo una cámara de 12 x 4 que es para 1100 bultos» además de la organización de una cadena de trabajo cronometrada, ideada para tratar con contactos («que heredé de mi viejo») y mercadería directa de producción. «Nosotros hoy en día trabajamos todo de producción» destaca describiendo que la mercadería que vende llega tanto desde el Mercado Central como desde Mendoza, Tandil e incluso de unos invernáculos ubicados en Ascensión.

Todo esto lo catapultó obviamente a extender su clientela, a ganar más participación en el mercado pero sobre todo a afirmar y confirmar la veta para el futuro, un horizonte que lo tiene planeado y que lo va a llevar a cabo con las lógicas intermitencias de tiempo y dinero que se necesitan para implementar nuevos procesos y maquinarias, lo que indudablemente lo llevará a agregar eslabones a su cadena de producción, tratamiento y posterior reparto. «Ahora tengo como proyecto el lavadero de papa que es una maquina donde vos metes la papa sucia como viene y sale limpia» explica gesticulando con las manos. También se viene otra máquina, pero que ésta «prepara todo lo que es embolsado». «Viste las verduras que cuando vos a vas un súper están en bolsas de red, esa máquina me la están por traer, lo que es cebolla, la calabaza, todo y ya sale atado y de peso aproximado» argumenta señalando que todo esto se va acercando a la idea de negocio que tiene pensado.

LA SEMANA AGITADA

La tarde del domingo se va consumiendo. Son casi las 21 y mirando de reojo el reloj el lunes se acerca, con el inicio del trajín de trabajo que todas las semanas los comienza con las mismas ganas (o quizás más) que hace diez años atrás cuando el futuro se asemejaba más a una incógnita que a esta realidad que lo tiene como protagonista. Martín es otro ejemplo del trabajo cotidiano, de las ganas, la juventud y la dedicación, del esfuerzo, el ímpetu y de una visión de negocio donde no se quedó con lo marcado sino que fue más allá, siempre buscando e indagando en qué podía ofrecer para diferenciarse y para que su emprendimiento se vaya asemejando a una pequeña empresa. Y todo lo aprendido fue gracias a su padre y a la calle, lugar del que «aprendí mucho» y el cuál no abandonará «porque es lo mío, hoy no me quedo ni diez minutos atrás de un mostrador».

Comenzará el lunes con un futuro inmediato de descarga de cuatro camiones que en la semana llegarán para proveerlo de mercadería (dos del Mercado Central, uno de Mendoza y el de Tandil más la producción de Ascensión) y ganará nuevamente la calle, pero esta vez a bordo de su propio reparto, de su propio negocio y de su propio vehículo (tiene un camión y dos camionetas).

Pero todo esto con el recuerdo imborrable en su piel y en sus entrañas de ese volante morrocotudo y algo gastado del viejo Bedford, del comienzo de esa historia que lo tuvo en las calles de Vedia con una frondosa cabeza llena de rulos y con una lapicera en la oreja derecha, intentando vender, una vez más, ese kilo de tomates a esa vecina que se acercaba con una bolsa de red.

Seguramente lo venderá.-
GERARDO CARMONA.-