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La fuerza de los comunicadores solidarios del país

(Ansol).- El primer puesto fue para Juan Cruz Taborda Varela por la obra Vino la Vida, publicada en la Revista Matices de Córdoba.

A continuación, el texto ganador:

Vino la vida
Informe Central // COLONIA CAROYA Y TERRUÑO CÓRDOBA
Tierra de gringos y de vides, de encurtidos y salames, llegó a ser ejemplo de organización laboral y cooperativa. Un día todo desapareció. Hasta que los nietos de aquellos precursores retomaron el espíritu del santo elixir de la uva y la urgente cooperación entre pares.
Colonia Caroya: vino la vida.

«Llegamos a ser el segundo ingreso per cápita más alto del mundo», dicen, casi sin nostalgia del tiempo pasado. Fue en la década del €™70, cuando mediaba la decena y lo peor no había llegado. Fue cuando estaban por cumplir 100 años de colonización y trabajo de tierras. Cuando la bodega Cooperativa La Caroyense era ejemplo nacional de organización comunitaria, trabajo de la vid y tradición vitivinícola. Todos para ella, ella para todos.

Pero llegó la década olvidable. Y sus hombres de números, los especialistas del mercado, abyectos y desalmados. Que jamás habían cosechado una uva, pero que les decían a los gringos qué hacer con todo lo construido. Y todo lo construido se fue a la nada. La Caroyense, la bodega que se había vuelto supermercado y club y tienda de ropa y ramos generales y todo lo que el señor y la dama necesiten para ser felices y nunca más extrañar el Friuli, quebró. Y quebró así la fe misma en el otro.

Pero llegaron los nietos y desde hace poco más de una década, de a poco, con algunas hectáreas y la profesionalización que los tiempos requieren, sin perder el espíritu del gringo laborioso y enlazados brazo a brazo con sus pares, retomaron aquella esencia y hoy los vinos de Colonia son como su pasado: fuertes, cooperativos y entradores.

LA CAIDA

Sergio Londero camina el lote moviendo el pesado cuerpo de gringo que transita las tierras desde siempre. Con Nemesio, su padre, trabajan ese espacio de 500 metros por 500 metros desde que la memoria avisa. ¿1950? Es posible que para entonces, Don Fabio, el padre de Nemesio, el hombre que tocaba la jardinera, ya hubiera clavado la pala en estas tierras que ahora pisamos, duraznos, higos, vides. Sergio tiene gorra, colorada la cara y blanca la frente. Una copia de su padre. Y del trabajo de ambos, vinos Don Fabio, con medallas al pescuezo en San Juan.

«»La cooperativa La Caroyense fue muy importante para todos los productores, vivían de eso. El banco, el súper: de todo tenía. Desde que quebró es privada, no es más de los colonos. Nosotros le vendemos la uva»», cuenta Sergio. Que le vende un poco de su producción. Y que otra la usa para sí y sus vinos.

La historia de la quiebra de La Caroyense viene de la mano de la caída de todo a su alrededor. Ni las parras plantadas por los abuelos aguantaron los malos tiempos. La pedrea y el cambio de dirección de clima llevaron a los productores, hace más de 10 años, a pensar en la reconversión vitivinícola. «»Estaba muy venida abajo la vitivinicultura y decidimos traer variedades de nuevas vides de Italia»». Y así viajaron al viejo terruño, a fines de los €™90, y trajeron merlot, malbec, cabernet y ancelotta. «»Fuimos allá porque estaban los contactos y el clima es más parecido a éste y no a Mendoza, que es más seco»». Un convenio con los viveros de Raucedo, en la región del Friuli, les permitió traer nuevas plantas y acá las multiplicaron. ¿Cómo? A través de una cooperativa.

Algún resquicio quedaba de aquellas formas primigenias de organizarse. «»La multiplicación iba bien, pero no había venta ni mucha voluntad»», reconoce hoy Sergio.

No había venta ni mucha voluntad.

Jorge Silvestri reúne las mismas condiciones que Sergio. Gringo de ojos claros y frente pálida por efecto de la gorra que nunca se cae, también reconoce en sus bisabuelos/as, abuelos/as, tíos/as, padre y madre la herencia del trabajo en la vid desde 1880, cuando llegaron del Friuli. El pasado memorable de La Caroyense -«»muchas dejaron sus bodeguitas y pasaron a formar parte de la cooperativa»»-, da cuenta de su propia historia familiar. «»La Caroyense es la piedra basal de la Colonia. Hasta acopio de verduras hacía. En la década del €™70, Colonia Caroya tenía el segundo ingreso per cápita más alto del mundo gracias a la vid. Eran 1200 hectáreas para 5 mil personas. La mayoría se dedicaba a eso»». Y explica los modos de organización de aquella sociedad:
_ La cooperativa tenía la modalidad de que vos cosechabas en marzo, entregabas la uva en junio y cobrabas en 12 cuotas iguales hasta la próxima cosecha. Así, te daban un vale, ibas al supermercado y comprabas todo, adentro de la cooperativa.
_ Un círculo inacabable de buena vida.

Pero la filotzera, la pedrea y la peor de las plagas, la mala gente, no dejó nada. «»La Caroyense tenía 26 millones de litros de capacidad, pero se usó una sola vez en la cosecha del €˜74/75, la máxima. Después se pasó a 10 millones de litros, quedaron piletas sin usar»», recuerda Jorge. Así, buena parte de los 120 productores socios no supieron qué hacer con sus uvas. Nanini, una de las bodegas privadas, tuvo que comprarlas el primer año. Pero para el segundo, la cantidad del fruto comenzó a decaer. Y así por años de retraso.

Jorge, a quien le dicen Coco, es Ingeniero mecánico. Pero como no tiene sangre sino vino de sus antepasados en las venas, al igual que Sergio, a fines de los 90€™, se puso a investigar. Sabía que había cosas que se podían recuperar. Estaba la tierra. Estaban las frentes blancas. Y un pasado que a veces puede volver de la mejor manera.

«En el ’97 empecé a ver que así esto no daba. Mis padres y tíos siguieron produciendo, trabajando, pero no arrancaba. En el €˜98 empezamos a hacer vino con la ayuda de enólogos y a los dos años empezamos a producir como elaboradores de vino casero, categoría que permite hacer hasta 5 mil litros». Así, de a poco, se vendía en el pueblo y a algún que otro visitante. Al igual que los Londero y sus vinos Don Fabio, Silvestri los bautizó Don Coco. O bien, sus amigos le pusieron así en la noche de asado en la que etiquetaron las primeras botellas, todo a mano.

Y así como ellos dos, hay unos 60 productores de uva en la Colonia que revivieron aquella práctica. Hay también unas 260 hectáreas de vides. Y había un pasado que avisaba: podemos mejorar. Y pensaron en conjunto.

OLOR A TERRUÑO

Hoy son una decena de bodegueros. Promedian los 40 años y los unen los antepasados, los carolinos en la ancha avenida caroyense y una marca en el omóplato, en el lomo del trabajo, que avisó que solos no iban a ningún lado.

Para el 2003, ya había 12 inscriptos en la zona como productores de vino casero en el Instituto Nacional del Vino. Era un número que había que aprovechar. Tanto, que fueron al INTA €“Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria-, formaron un grupo de Cambio Rural, se asociaron unos 10 caroyeneses €“entre los que estaban, y están, Sergio y Jorge-, y empezaron a trabajar en el mejoramiento del viñedo, con un técnico del INTA. Por el éxito del grupo, se renovó la asistencia durante tres ciclos, con un Estado cumpliendo lo que debía cumplir. Y con la idea que ya les rondaba: Si cambiamos las plantas, cambiemos las formas. «En la zona €“cuenta Silvestri-, revolucionó todo: el mercado, la forma de trabajar, el volver a trabajar en conjunto como los inmigrantes, porque acá cada cual hacía la suya».

Cuando cada cual hace la suya, la jungla gana. Pero si entre los 8 que hoy forman el consorcio Terruño Córdoba, juntos desde 2005, se organizan, es todo más fácil. Primero apuntaron a mejorar los viñedos y, desde hace 2 años, se especializan en el mejoramiento del vino, que ya está a la altura de los mejores del país. Y así salen por la Argentina, a cada feria y actividad: viaja uno, lleva los vinos de todos. Traen medallas y siguen analizando cómo mejorar más aún. Porque se organizaron y todo fue más fácil. Las compras de herramienta, en conjunto. Sus usos, en turnos. El vino, de todos. Así fue más fácil.

Más fácil porque entre todos tienen la máquina para pulverizar en conjunto, cada cual se agenda su fecha y cuando es necesario, se hace.

Cada uno, por su lado, no podría.

Más fácil porque entre todos tienen la bodega móvil, con sus dos moledoras que van a cada quinta.

Cada uno, por su lado, no podría.

Más fácil porque entre todos tienen, en la bodega móvil, la envasadora, que lava y llena botellas, 200 por hora, en turnos y cuando sea necesario.

Cada uno, por su lado, no podría.

Más fácil porque entre todos tienen, en la misma bodega móvil, la línea de envasado, la encapsuladora, los filtros y todos los accesorios, montado sobre un tráiler, que lo enganchas y lo llevas a tu casa, en turnos y cuando sea necesario.
Cada uno, por su lado, no podría.

Cuentan que para lograr esto «salieron a poner la cara: gobierno de la Provincia y de la Nación». El primero, subsidios para comprar las herramientas para trabajar en el viñedo. El segundo, todo lo necesario para trabajar los vinos: la bodega móvil, que camina las calles de la Colonia de modo incansable. Así, Terruño Córdoba es el espacio para la promoción y venta. Y para que juntos sea más fácil pelearla. «Cuando compramos insumos, compramos por 8, y es mucho más barato. Hace 4 años pagaba los corchos para damajuanas a $1. Y ahora los pagamos a $0.25» explican los Londero.

Las máquinas las usan ellos. Y también los que las necesiten por más que no formen parte del consorcio. Los no asociados aportan un canon mínimo para el mantenimiento: 1 kilo de uva por cajón procesado. E insisten: esto es natural. Mucho más natural. Más casero.

Lo último que llegó fue una chipeadora. Nada se quema: todo se vuelve palitos chiquitos que retornan a la tierra como abono.

SI EL VINO VIENE

No son ingenuos. Saben que el trabajo colectivo, hombro con hombro, no está libre de escollos y asperezas. Pero saben también que el mejor modo de rendir honor, no sólo a los viejos que ya no están, sino los pibes de ahora, es trabajando de esa forma: reconociendo las diferencias. Aceptando los cambios, empujando para el mismo lado. El ejemplo de Terruño Córdoba ya se reproduce en la Colonia con otros productores. Hay que multiplicar.

Coco tiene un poquito menos de 4 has de viñedos. No van a ser más. Es la unidad que quiere manejar «»para hacerlo bien. Pequeña cantidad y gran calidad»». Junto a sus vinos Don Coco, donde trabaja con sus tíos, está la familia Silvestri a pleno: dulces, conservas, encurtidos y escabeches que hace su madre y sus tías. Lo que se comercializará en la finca, donde trabajan ahora, ya, para recibir a los visitantes y que sea un recorrido turístico. «»Mi madre no cocina para afuera, cocina para ella. Pero ahora vende»», explica Coco. Va a recuperar el sótano y las damajuanas de 60 litros. Van a seguir haciendo el frambua blanco, el único del país. «»Hace 7 años salí a recorrer todas las casas viejas para hacer plantitas de las viejas parras de uva chinche. El año pasado fue la primera partida de este vino. Es nuestra perlita»». También el cabernet, el pinot negro con merlot, el isabella, el sauvignon blanco y el chardonay.

Sergio sigue trabajando con su padre las tres hectáreas de viñedos. El resto se distribuye entre higos, vivero de parras, duraznos. En las filas prolijas que no se alteran tiene ancellotta, malbec y merlot, todas protegidas contra ese gran enemigo: el granizo. Los vinos Don Fabio, el nono de la verdulera, tuvieron una producción inicial de 1000 litros hace 3 años. Hace 2: 2500. Y la última producción, 4 mil litros. «»Y antes de fin de año me quedo sin botellas. Quedan poquitos»», dice el menor de los Londero. 6 meses de estacionamiento en botella, un año si es Cabernet, todo es paciencia en este mundo de la vid. La paciencia con la que don Fabio tocaba su verdulera hace 60 años atrás.

Saben que la calidad de las uvas cambió. Que hay que esperar entre 3 y 4 años para que el parral produzca a pleno. Y para eso hay que esperar: la paciencia. Hasta que en febrero/marzo de algún año que saben que va a llegar, se coseche el fruto del sacro elixir. Que la experiencia de los viejos a veces choca con las nuevas técnicas. Que se escucha a unos y otros. Saben, mientras muestran las medallas ganadas en catas nacionales que confirman lo bueno de los nuevos vinos de Colonia, que en su trabajo, lo que incide, son los movimientos de la luna. Que el marketing y las ciencias del mercado ayudan, pero lo que define todo es la armonía con el cosmos. Porque eso es el vino caroyense: el que otorga equilibrio cuando todo parece terminar.

Saben que los vinos de acá duran menos: no hay conservantes ni químicos. Y saben, también, que duran menos porque en la Colonia se toma vino de vecinos. Porque de aquel pasado cooperativo, lomo con lomo, aprendieron a compartir el esfuerzo y a confirmar que cuando viene el vino, en Colonia Caroya, también viene la vida.

TOMAR Y COMPRAR

Cualquiera de los productores de Terruño Córdoba recibe a los visitantes en sus propias fincas, donde se puede degustar y comprar los vinos caseros.
En la casa de los Londero también hay vivero de parras: un malbec o un merlot se pueden ir con el visitador: 03525 156 42397. En lo de los Silvestri, vinos y encurtidos: lujo de la Colonia: 03525 154 05259. Ellos mismos los pueden guiar al resto de los productores.»