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Es necesario democratizar la economía

Columna de opinión.

Por Eva Verde

Coordinadora de Mercados de Cercanía – Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Referenta del Frente Popular Darío Santillán y Frente Patria Grande.

Este año, nuestro país cumple 40 años de democracia y podemos decir que estamos en tiempos en los que es necesario profundizar la democratización, pues de lo contrario seguirán avanzando las voces y propuestas fascistas, antidemocráticas y antiderechos, que ponen en peligro los pocos o muchos laureles que supimos conseguir.

¿A que nos referimos con la democratización? En la agenda de la democratización, por ejemplo, se encuentra el poder judicial. Existen distintas propuestas como la reforma feminista al poder judicial que el pasado 8M cientos de organizaciones visibilizaron como central o la reforma de la Corte Suprema o la elección por voto popular de jueces; todas esas propuestas responden a un fuerte pedido de democratización de la justicia.

El otro gran desafío es democratizar la economía; ahí, quisiera que nos detuviésemos. La economía es el eje central que rige nuestras vidas y es lo que más nos preocupa hoy a las mayorías. También lo son las libertades políticas, la justicia y la conquista de derechos, pero hoy nuestra mayor preocupación, la preocupación cotidiana está en la economía. Y si cada Gobierno que asume no logra resolver esa ecuación, no sólo pierde fuerza el Gobierno de turno, sino que el sistema demcrático se deteriora. Por no encontrar el mecanismo que resuelva como democratizar la economía.

La brecha salarial entre géneros, el reconocimiento económico de las tareas de cuidado, también estuvieron a la cabeza de los reclamos del pasado 8M como una síntesis de la falta de democratización económica con perspectiva feminista.

En los titulares de los portales económicos, sin embargo, veremos que el dólar, las reservas y los precios de los alimentos son los casi únicos artículos de análisis y, en todo caso, serán noticias que hablan y analizan las consecuencias, pero no las causas.

En el caso de los alimentos, podemos ver un claro ejemplo de lo que sería democratizar la economía. Bajar los precios no es fácil, claro está, pero tampoco es imposible para un país que puede producirlos; o sea, no estamos hablando de lanzar cohetes al espacio (que sí lo hemos hecho), estamos hablando de producir y hacer accesible la comida.

Es importante tener claridad sobre la fuerza que tiene el Estado para dirigir el consumo de millones de personas, cuando se hace un acuerdo con una gran cadena de alimentos o con varias. Pero también hay que predecir y medir las posibles consecuencias, así podríamos analizar que en general con un acuerdo de precios con las grandes cadenas trasnacionales puede obtenerse un beneficio a corto plazo para la población, y un gran beneficio para la corpoarción, ya que se vuelca de forma masiva el consumo de las mayorías a esas cadenas de producción y consumo.

Ese fortalecimiento a las grandes empresas trasnacionales, esa orientación del consumo masivo a las grandes corporaciones tiene otras consecuencias; por ejemplo, la desaparición de los pequeños y medianos productores, ya que las prácticas monopólicas y oligopólicas son parte de las prácticas comerciales de esas empresas.

De esta manera, se genera un círculo vicioso y dañino para la democracia: desde el poder político se genera un acuerdo con el poder económico, que a mediano pazo condiciona no solo la vida de las pequeñas producciones y el bolsillo de todes, sino también al poder político. 

Existe también una evidente contradicción entre una política de control de precios y las concesiones que se hacen a esas empresas. Podrán explicarnos mil veces la microeconomía y lo bueno del control de precios y simular que eso no se choca la con la macroeconomía y que nada tienen que ver las políticas de abrir las importaciones o el dólar soja, pero es un análisis que se cae de maduro.

Es necesario democratizar la economía

Lejos están estas políticas que aplican sucesivamente los distintos gobiernos, fingiendo demencia del fracaso anterior, de la democratización de la economía, la producción, la comercialización y el consumo.

Como todo en la vida, no existe un solo camino, ni un solo modelo, ni un solo método. Siempre existen otras propuestas sobre cómo abordar el problema de la inflación en el rubro alimentos. Lo que debemos entender es que la magia no existe, ni nada que pretendamos perdure en el tiempo se hace en 30 días. En este sentido, existen una serie de propuestas que podrían funcionar incluso de forma complementaria a la estrategia de control de precios a las empresas corporativas.

Promover el desarrollo de la economía local y regional de la mano de actores que estén comprometidos con la realidad social. Promover mercados alternativos para darle lugar a la pequeña producción. ¿Por qué alternativos? Porque entendemos que el mercado tradicional, corporativo, no les va a dar lugar a los pequeños. 

Es importante entender que la corporación no va a solucionar el acceso al alimento, pues para ellos los alimentos son mercancías que generan ganancias. Por otro lado, hay quienes entienden la comercialización de alimentos como un eje que genera trabajo de cercanía, con perspectiva de género y que lo hace desde la mirada distinta a la corporación. Esa mirada distinta es clave y es del derecho a la alimentación y la soberanía alimentaria, de la mano de los pequeños productores las experiencias de agricultura familiar, las cooperativas, fábricas recuperadas y pequeñas pymes. Eso que algunos llamamos el tercer motor de la economía que viene desarrollando y promoviendo una economía distinta.

Para aportar algunos datos de esta propuesta, según un estudio y seguimiento de precios realizados por el CESO desde hace 2 años consecutivos, en los últimos 5 meses los mercados de la economía popular social y solidaria ofrecieron una variedad de productos de la canasta básica con precios por debajo del mercado corporativo, y con una inflación menor. Durante ese periodo una familia pudo ahorrar 13.485 pesos comprando en los mercados de la economía popular.

Es un claro ejemplo de democratización, donde las propuestas sobre cómo hacer las cosas no se escriben desde un escritorio, sino que se hacen realidad cotidiana y gracias al convencimiento de miles de trabajadorxs y consumidorxs.

Lo que pocas veces se hace desde los escritorios de la democracia es consultar a las organizaciones civiles y analizar de conjunto lo que la sabiduría popular hace, por qué lo hace y cómo lo hace. Por eso, cada vez que se hace un acuerdo de precios con las corporaciones, un conjunto de organizaciones populares que hacen comercialización a precios realmente justos para toda la cadena productiva salen a poner el grito en el cielo.

Democratizar la economía es una tarea pendiente y urgente de la democracia. Para eso, deberíamos ir hacia un modelo donde gobernar incluya de forma ineludible el cumplimiento del contrato electoral en materia económica. Claro que para eso las fuerzas políticas y los candidatos tendrán que salir de las frases vacías como «generar trabajo», «mejorar la economía» o «traer inversiones», para pasar a poner contenido y dar forma a las propuestas. Planificar, poner metas, hablar del tipo de impuestos que se necesitan y cuáles no, quién debe pagar más y quién debe pagar menos. Todas discusiones interesantísimas para la participación ciudadana, el control popular del Gobierno; o sea, la democracia es algo más que el voto cada 4 años.

En estos tiempos cuando para la mayoría es difícil llegar a fin de mes, cuando el termómetro económico es el que legitima o deslegitima a los gobiernos -y por lo tanto, a la democracia-, es necesaria una economía más humana, centrada en las personas, al servicio de desarrollar la felicidad y el buen vivir de todas todes y todos, no al servicio de los poderes económicos, que son los 4 vivos de siempre. 

O por lo menos hacernos algunas preguntas que podamos responder colectivamente: ¿Qué pasaría si una parte de la población fuera incentivada a producir alimentos a cambio de una vida digna? ¿Qué pasaría si se les ofreciera tierras a quienes se comprometan a hacer alimentos soberanos? ¿Qué pasaría si pudiéramos hacer un acuerdo con quienes no venden soja y sí producen alimentos? ¿Qué pasaría si los cientos de mercados que ofrecen productos de la economía social y popular se multiplicaran y tuviéramos uno en cada barrio? ¿Qué pasaría si midiéramos en el PBI la economía que genera el 30% de la población que no trabaja bajo relación de dependencia? ¿Qué pasaría si se pagaran las tareas de cuidado? ¿Qué pasaría si nos atreviésemos a soñar y a pensar con otra cabeza que no sea la misma que nos enseñó que este sistema es genial porque somos libres de consumirlo todo hasta la propia inexistencia?

Quizás sea difícil dar respuesta a cientos de preguntas al mismo tiempo, pero por algún lado hay que empezar. Se intuye que es necesario democratizar la economía o seremos esclavos de la mano (¿invisible?) del mercado.